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FAX DEL FAX

Por J. Humberto Cossío R.

 

Una de las poquísimas personas que he conocido portando una corbata en cualquier época del año era un hombre de la ciudad de Guamúchil a quién todos conocíamos como “El Corbatas”.
No sabía leer y tampoco escribir, y sin embargo, se las ingenió para formar una buena familia y vivieron con ciertas comodidades.

Su actividad era comerciar de persona a persona.

Siempre traía algo que pudiera interesarnos y así se ganó la vida hasta su muerte.
Era suegro del conocido industrial de nuestras tierras al que se le conoce como JOVA.

Joel Valenzuela y punto.

Para el corbatas, no existían tiempos de calor o frio.

Siempre luciéndolas con orgullo, aunque el calor de agosto le quemara el buche.

Los sinaloenses no somos dados al tacuche.

Ni siquiera en invierno salimos trajeados a la calle.

Se necesita valor y disciplina para aguantar los choteos.

Cuando se paran por un lado nuestro, pareciera que aumenta el calor de agosto con solo tenerlos cerca.

Ya murió el personaje de Guamúchil y no me viene a la mente otro.

Claro que debe haber, pero como es cosa que no me traería nada positivo si lo localizo, es por eso mi apatía por conocer un nuevo ejemplar.

El hombre de Guamúchil era muy platicador y simpático.

Mentirosillo, pero nada que no se pudiera tolerar.

Le gustaba hacer amigos. Varias veces lo acompañé en el Restaurante El Davimar con un buen café y escuchando sus anécdotas.

Hasta su muerte fue mi amigo y jamás traicionó ese concepto.

Puede que un día conozca al relevo del corbatas en algún lugar de Sinaloa y festeje su ocurrencia de ponerse ese adorno en agosto.

Espero que sea buen hombre y de palabra, para gozar su compañía y divertirme con sus anécdotas.

Claro que destacan, aunque no sirvan para nada.

Los chistes sobre los corbatudos, en tierras de 45 grados centígrados o más, son muy crueles.

Pero aguantan vara y eso es muy importante.

El Corbatas de Guamúchil nunca se le acercaba al Gobernador y tampoco a sus acompañantes.

Guardaba prudente distancia y no era estorboso.

En lo personal, solo en ocasiones muy contadas uso la corbata.

Siento que me ahogo cuando me obligan a usarla.

En la ceremonia del grito, los invitados del Gobernador al tercer piso lucimos guayabera de vestir y les juro que es la primera vez que salgo a la calle de esa manera.

Le agradecí infinitamente a Quirino Ordaz Coppel el cambio de etiqueta y que nos librara de llevar saco y corbata a la ceremonia del grito.

No admiro a los hombres de corbata en nuestras tierras, pero tampoco me burlo de sus extrañas costumbres.

Cada quién y punto.

Hasta mañana.