Por J. Humberto Cossío R.
Las mejores cosas de la vida vienen en todas las épocas. Es cosa sabida por los viejos, que en nuestra juventud nos llegaban por default, y es ahora cuando nosotros las buscamos y gozamos grandemente las que podemos atrapar.
Un viaje a Europa en la edad madura o en la tercera edad, constituye un inmenso placer para los que disfrutan de la cultura y el conocimiento en general.
Para un joven, resulta más interesante la geografía corporal de una doncella, que andar perdiendo el tiempo en conocer la ubicación en España del puerto de Palos.
Un abdomen plano y un hermoso ombligo, es más atrayente que una estructura de acero de la que presume Francia como su torre Eiffel.
Pasar los dedos sobre la hermosa piel de la espalda, es infinitamente mejor que andar dentro de los viñedos del buen vino francés.
Acariciar los duros pechos de nuestra conquista, besarla con exquisito cuidado y sentir el calor que se provoca con los escarceos, no tiene comparación con lo que produce la observación de los frescos de la capilla Sixtina.
Nuestra juventud no anida como las golondrinas.
Y mal hiciéramos con dejarla pasar, sin gozar con la fuerza de nuestros pocos años, los placeres que nos brindan tantas mujeres que detienen el paso ante nuestros requiebros y galanterías.
Eso es la vida joven. Dios nos brinda la oportunidad del aprovechamiento y nos permite galopar en múltiples corrales, siguiendo las fragancias de las potrancas que ante nuestra vista y alcance nos son dadas.
Europa está a la vista y no quiero cruzar el Atlántico.
Tampoco quiero conocer el mediterráneo.
No me interesa contemplar al Big Ben que les proporciona a los turistas la emoción de contemplar el avance de sus manecillas y el anuncio de las horas.
La torre Eiffel no es cosa que me impresione.
No tengo pensado cruzar el canal de la mancha en el tren bajo el mar que conecta a Francia con Inglaterra.
La Gioconda no hace palpitar a mi corazón.
Me quedo con el glorioso pasado de mi emblemática juventud.
El gozo de la contemplación de los museos famosos de Europa, los dejo para mis amigos que cumplieron con su sueño de viajar y conocer tantas inmortalidades que dejaron los genios de otros tiempos.
En mis ratos bohemios, escucharé la bellísima canción de Charles Chaplin y con las notas e interpretación de candilejas, alzaré una y otra vez mi copa del mejor licor.
Pero jamás quisiera estar en el caso de Chaplin.
“Tú, llegaste a mí, cuando me voy”
“Eres luz de abril, yo tarde gris”
De joven no quise conocer Europa.
Tampoco de viejo, por no ser algo que me quite el sueño.
Me queda algo por hacer en esta vida.
“Cuidar de mi familia y gozar lo que me queda”
Posdata:
Esto es para varones, sin tendencias de correr para tercera.
Hasta mañana.