Por J. Humberto Cossío R.
Me muestran un meme sobre los dentistas. Aparece uno de ellos manifestando con una gran sonrisa que su profesión carece de situaciones estresantes y que vive feliz de la vida y en plenitud sus treinta y cuatro años.
La imagen nos muestra al cirujano dental como un hombre de ochenta, calvo y con la cara llena de arrugas.
Esa es la paradoja.
Pero eso me hizo recordar algo anecdótico donde participé y me tocó el papel estelar de la historia.
Mi amigo, el Dr. Guadalupe Davisón, vecino de la ciudad de Los Mochis, es un médico Odontólogo que tiene bastante tiempo retirado de su profesión, pero que le haría un trabajo a una de sus trabajadoras del restaurante de su propiedad Los Abulones, como una manera de ayudarla en su aspecto facial y de compostura de la parte interna de la boca.
Se trataba de ponerle unas placas a la cocinera. Me hizo el comentario, que de nuevo saldrían los instrumentos del baúl y que desempolvaría sus conocimientos y habilidades de sus manos.
Así quedó la plática.
Pero travieso como es uno, me tomé el tiempo de visitar la cocina de Los Abulones sabiendo que mi amigo no se encontraba por el momento. Fingiendo no saber nada de lo que se trataba, pregunté a la señora sobre el paradero del Doctor y me contestó que pudiera ser que tardaría como una hora en regresar de las compras para la preparación de los alimentos diarios.
La señora no me conocía y mucho menos sabía de lo que éramos capaces cuando de dar bromas se trata.
Y comencé la trama y una pregunta inocente fue el inicio:
¿Podría darle un recado al Doctor de mi parte, señora?
Su respuesta fue un amable, si como no, en cuanto vuelva le informo lo que usted me diga.
“Dígale que vino el encargado del panteón municipal. Que ya le tengo una dentadura nuevecita que le quiere poner a una paciente, y que la traigo en el carro para que se la instale a la doña de inmediato y que por el mandado le voy a cobrar mil pesos”.
La cara de la cocinera se puso roja, luego morada y después descolorida, y con un resoplido me escupió su coraje y hasta le vi intenciones de clavarme el cuchillo de cocina que traía en la mano y que parecía machete, ¿así que usted es el encargado del panteón y le arrancó a una muerta la dentadura y se la van a poner a una paciente del doctor?
A sus ordenes señora y dele mi recado por favor.
“Sabe que señor, usted y el Dr. Guadalupe, vayan a chingar a su madre con su pinche dentadura y métansela por el culo o póngansela a su chingadisima madre”.
Se quitó el mandil la doña y se salió como loca del restaurante, echándonos madres y padres a destajo y jamás volvió a pararse en el negocio.
Nunca supo la cocinera la clase de carajos que somos el Dr. Davisón y el que esto escribe y mucho menos volvió para que le pusieran sus dientes.
Ya murió la doña y nadie le aclaró que había sido una broma.
Se fue a la tumba sin dientes.
Nos remuerde la conciencia, pero así es la vida y tenemos que gozarla.
Hasta mañana.